viernes, 24 de julio de 2009

El hijo de una rana que canta

Yo vivo en Barranco. Le tengo un afecto especial a esta parte “tradicional” de Lima. Sin embargo, debo reconocer que aquí no es tan fácil encontrar lugares ricos –y baratos- donde se coma realmente bien. La buena noticia es que ya tenemos uno.

La primera vez que escuché sobre el “Canta Ranita”, pensé que se trataba de una broma cariñosa (y de hecho sigo pensando que lo es). Se trata de un puestito arrinconado al final del mercadito de la calle Unión, en Barranco. El lugar, regentado por el hijo del dueño del original “Canta Rana” (también en Barranco), se hace cargo de los pocos metros cuadrados que ahora son de su entera responsabilidad.

Aconsejada por una amiga que se hizo mi cómplice, un día me decidí y fui a probar. Debo reconocer que al principio estaba bastante escéptica y ni me atreví a probar la sopita de choros que buenamente te dan de cortesía.

Sin embargo, al cabo de un tiempo, me di cuenta de que me estaba volviendo una adicta. Comencé a ir compulsivamente, casi todas las semanas. Amigos, conocidos, novio, familia, todos comenzaron a desfilar conmigo por el “Canta Ranita”, y así fue como al cabo de pocas semanas, ya había probado todos y cada uno de los platos, incluida la bendita sopita de choros (ahora indispensable en mi comanda).

Pero como todo, tengo mis favoritos y tengo que decir que el máximo del lugar es el “Tiradito apaltado”… ¡Una maravilla! Yo diría que es una mezcla de ceviche y tiradito con toques de ajo en salsita. La palta viene por añadidura encima, pero la combinación es de dioses.

Mi segundo pecado es la “Causa de pescado arrebozado”. Debo reconocer que adoro las causas, y que esta ciertamente me cautivó desde el primer momento. Se trata de una masita de papa con su toque de ají que cobijan unos filetes de pescado arrebozados con una salsita de mayonesa y tomate. Una extraña, pero extraordinaria sensación de frío y caliente en uno solo.

Para los más tradicionales, hay también arroz con mariscos, sudado de pescado, pescado frito al ajo o a la menier. Un poco más atrevido, el chaufa de pescado arrebozado. Y las siempre buenas combinaciones de ceviche de pescado o ceviche mixto con chicharrón (altamente recomendable), y el combinado estrella: “Tricolor no perdona” (ceviche, chicharrón y arroz con mariscos).

El otro día le pregunté al encargado por el tacu-tacu (lo siento, tengo una debilidad), y me contestó que por falta de espacio en la cocina le es difícil hacerse cargo de platos más complejos (sobre todo por el espacio que utilizan), pero me aseguró que tomaría en cuenta mi sugerencia.

El ritual es más o menos así: me gusta llegar y sentarme en las mesitas (que muchas veces arman al momento en que te ven entrar), ir matando la ansiedad con la canchita tan rica y en su punto de sal (muero por las que están abiertas y le ha entrado el aceite, volviéndolas más crocantes), asentir cuando me ofrecen el chilcanito, tomarlo con ganas (aunque nunca hasta el fondo, pues luego no me entraría lo demás). Pedir mi tiradito apaltado o mi causa de pescado arrebozado y entregarme a los placeres del buen comer. Acompañar mi conversación con la chicha de la señora del puesto del costado (de hecho en la carta lo dice así –y cito textualmente-: “Chicha: Sr. del costado”) y apurar el plato hasta no dejar rastro de alimento. Finalmente, sentirme satisfecha y feliz. Y volver a la semana siguiente.

Dato: hace pocas semanas hay unas chicas que llevan postres, así que hasta con la coronación del dulce nos hacen pecar.