martes, 15 de enero de 2008

El descubrimiento de Pasquale

Un día entero de compras, toda una hazaña para alguien como yo (nunca tengo tiempo para nada). Destino: Jockey Plaza, donde todo se encuentra o donde se encuentra de todo en el mismo lugar.

11 am, recién bajadita, con todas las pilas puestas y lista para comenzar el periplo. Me espera un largo día de caminar, mirar, comparar, detenerme, seguir, ir llenando el carrito, ir llenando la maletera... Porque no hay nada mejor que ir de comprar arrasando con todo, sin llevar bultos. La maletera del carro es la mejor opción. Definitivamente, la mejor opción.

Al principio ni cuenta de doy de si tengo sed o hambre. La adrenalina del día de compras lo nubla todo. Pero a medida que va avanzando la mañana y se va acercando la hora del almuerzo, las tiendas, una a una, van pareciendo superficiales, y en lo único que puedo pensar es en el Food Court.

Y cuando pienso en comida al paso, no dudo ni un segundo y voy directo, directísimo, al Bembos. No puede haber una hamburguesa en Lima (esas de comida rápida) que sean más ricas que las del Bembos. Personalmente, me encanta la “Mexicana”, con guacamole y nachos. Lo máximo.

Y directísima como decía que iba, me fui al Food Court a eso de la 1.30 pm a disfrutar de mi “Mexicana” mediana con su guacamole y sus nachos riquísimos, y con su combo, claro: su Inca Kolita –sin hielo, por favor- y sus papitas fritas buenazas, con harta mayonesa y ketchup.

Pero como dicen por ahí: “la curiosidad mató al gato”, la vista se le fue para el costado contrario, sólo por “curiosidad”, para ver si por casualidad había algo nuevo del lado izquierdo (el Bembos siempre estuvo al extremo derecho, no hay que ni mirar para reconocerlo).

Y sí, mira, que han puesto un Pasquale Hnos. Ese, el de Gastón, del que tanto habla la gente, que dicen que está buenazo, que es peruano y que carajo, hay que contribuir con lo peruano (el Bembos también lo es, hasta donde tengo entendido, a no ser que ya haya sido vendido a los chilenos. Nos hubiéramos enterado, ¿no?).

En fin... Un día de compras sin Bembos... Pero con Pasquale... Vamos a correr el riesgo, pues.

Y así, directísima como iba, me fui a las izquierdas a chequear el menú... Miércoles, cuánta cosa rica hay. Qué difícil va a ser elegir. Pero como no se me puede pasar la mano, ya que mi periplo “comprístico” debe continuar, vamos a pedir algo suave, no más, para comenzar.

Así que déme uno de pavo y “Señorita, ¿y esto va con combo?”. Pues déme una Inca Kolita heladita –pero sin hielo, por favor- y unas papas... Miraflorinas (con queso serrano, champiñones y cebolla, creo). “¿Y no se le antoja un postre?”, claro, típica para que te animes y lo pruebes. Y bueno, sí, dale, “un arroz con leche”, que vengo desde hace tiempazo queriendo comer un buen arroz con leche y decepción tras decepción, mira.

Y ahí estaba yo, expectante. Hasta que llamaron mi nombre y fui en busca de lo desconocido. Parecía normal, nada espectacular, todo “tranqui”. Es más, medio que me pareció que el sánguche era como que chiquito, pero bueno.

La primera gran sorpresa fue al buscar las salsas. Para mí, no hay papitas sin mayonesa y ketchup, y oh, sorpresa, no hay ketchup, al menos no a la vista. Pero había una cantidad de salsitas que sonaban recontra bien: pachamanquera, huancaína, y así un montón. No me acuerdo el resto porque las tres que me serví fueron esas dos y la consagrada mayonesa. Es que no puedo con mi genio.

Pucha madre, qué tales salsitas... La verdad que me impresionó la calidad de las salsitas para ser un sitio de comida rápida. Primera gran sorpresa.

Cuando abrí mi sanguchito, el que al principio me había parecido chico, viéndolo bien, no era tan chiquito, considerando que no me había pedido el tamaño más grande, y considerando también que como dice el Chino, “tengo el ojo más grande que la barriga”.

El sánguche de pavo estaba recontra buenote. Un pan que le caía a pelo (a veces el contenido puede estar buenazo, pero con el pan equivocado se puede meter bastante la pata), una cantidad de pavo generosa y un saborcito peruano que juro que me emociona. Y sorry, pero le eché mayonesa que se desbordaba, pero es que no me puedo controlar. Un éxito.

Ah, muy importante: estaba esperando mi comida y de pronto divisé esos contenedores de chicha que se ven desde el mostrador y que tienen el recipiente empapado porque la chicha está heladita... Ah, no, “por favor, señorita, ¿sería posible que me cambie la Inca Kolita (riquísima y experuanita) por esa chichita (que se ve deliciosa, en su punto y heladita)?”. No hay forma de resistirse a una chicha helada en pleno verano. “Claro, ahorita mismo se la cambio”. Y eso que mi Inca Kolita –sin hielo, por favor- ya estaba en la bandeja que tenía mi nombre y ticket. No se hicieron paltas y al toque tenía mi chichita rica y heladita también –y sin hielo, por favor-, porque una buena chicha heladita no necesita ni un solo cubito.

Las papitas Miraflorinas también me sorprendieron, y eso que yo no soy muy fan del queso serrano que digamos, pero es que la huancaína y la pachamanquera estaban taaaan ricas... Debo confesar que al principio, temerosa (o precavida, que suena mejor), probé las salsitas con el cuchillito que te dan (porque hasta cubiertos te dan por si no quieres comer con las manos). Pero luego, juácate, le zampé los dos pocillitos de salsita a las papitas Miraflorinas, que terminaron siendo un mejunje de lo más rico y que me hizo acordar a las pachamancas de Gutarra, y mira que Gutarra es un maestro.

Y la chicha -mira que la descripción da ganas de tomarte una al polo-, cumplió con todas las expectativas... Una chicha como las de la abuelita, de esas que se siente el maíz, en su punto de azúcar, heladita como tiene que ser... Increíblemente rica.

Extasiada casi del todo, ya sin pensar que me podía sorprender aún más, terminé de comer mi sánguche de pavo con harta mayonesa, mis papitas Miraflorinas con sus salsas de huancaína y la pachamanquera, y mi chichita morada heladita, y miré el arroz con leche con cierta duda. En realidad la experiencia me estaba diciendo que no tenía porqué desconfiar, pero también es cierto que cuando las expectativas son demasiado altas, el paladar espera lo que no llega a encontrar y no hay regreso de la insatisfacción.

Hacía años, años, que no me comía un arroz con leche como debe ser, carajo, ¡con dulce! Los arroces con leche que he comido han sido ralitos, sin mucho sabor, casi como “arroz y leche”, aunque sé que suena raro porque supuestamente eso es, pero es que todos sabemos a qué nos referimos cuando decimos “arroz con leche”, pues, no nos hagamos los poco limeños.

En fin, yo sé que soy dulcera, lo admito, y quizá para otros este arroz con leche sea demasiado dulce, pero es que este arroz con leche me dejó impactada. Y nuevamente: porción que no parece generosa, pero al final termina siendo la justa y necesaria.

Debo confesar, cosa que debí haber contado al principio, que luego de un Bembos en un día de compras, siempre, siempre, hay un Laritza a media tarde. No puedo ocultar lo que en mí es tan evidente. Sin embargo, esta vez, y para decepción de quienes me conocen tan, pero tan a fondo, no hubo necesidad de Laritza a media tarde. ¿Alguien puede creer eso? Suena prácticamente a confesión, y es que hasta medio culpable me siento.

Así que mi día de compras terminó bajando la panza hasta las 4 de la tarde, satisfecha al cien por cien y feliz, queriendo correr a mi casa para escribir una crónica al respecto, cosa que jamás hago, pero que creo que comenzaré a hacer de ahora en adelante.

Ahora, lo que no puedo esperar, es ir nuevamente a probar un sanguchito de lomo saltado, ¿qué tal?