martes, 16 de diciembre de 2008

El maltrato de la belleza

Una se llena de complejos (todos creados y recreados por la sociedad y la débil e influenciable mente que nos domina), pero ¿a que nos llenamos de complejos y presiones que no somos capaces de superar y, por tanto, guiados por ese instinto sucumbimos?

Una a los 20 años se cree regia, oye, con la gravedad a tu favor, la piel más linda, tersa, firme, suave camay... todo un bombón.

A los 25 te conservas, haces un poco de ejercicio y cualquier manzana de Newton sigue en pie de guerra. Las arruguitas ni se ven, hija. Y la celulitis es un problema que lanza señal de alarma, pero que aún no acosa.

De pronto, tienes chamba (porque la necesitas), quizá hasta marido e hijos, tu vida pasa entre la freneticada de estos tiempos y, por si fuera poco, el intento por volver a tus 20. Repito: intento.

A los 30 tu piel comienza a caerse "un poquito", a perder esa "elasticidad". Notas cómo de pronto te salen pelos que nunca te presentaron (negros horribles, siempre -Ley de Murphy-), y te miras al espejo todavía resuelta, con un aire de esperanza, sin embargo no puedes evitar el ceño fruncido o la ceja arqueada en forma cuestionadora (ni tú te la crees, pero en fin).

A los 35 ya no tienes solución. Si te sacaste el ancho por conservarte, te has salvado... aún. Si no, estás perdida (por no decir: jodida -aunque pensándolo bien, a quién le importa lo que escribo, total: ¡es mi blog!, que se jodan-).

Retomando: a los 35 ¡eres cualquier huevada! (físicamente hablando, y es que yo soy bastante exigente: conmigo y con el resto, por qué no). La cosa es que "ya fuistes".

Pero que no cunda el pánico, que no cunda el pánico... Ford y sus tiempos modernos nos trajeron la maravilla de la tecnología aplicada también a la belleza. Artificios especialmente diseñados para dejar de sentirnos como de 35 (o peor aún, de 50 o más) y volver al bombón de los 20 (pero con la experiencia, la chamba, el marido y los hijos de los 30, quitando -inclusive- la ceja maliciosamente arqueada). O sea, regia, oye.

Pero tanta maravilla parece ser sacada de un cuento, ¿no? Y además, debe ser carísimo, querida. A ver, seamos claros: la belleza cuesta, así que todo tiene un precio y el que esté dispuesto a pagarlo tendrá que asumir.

Así que finalmente decidimos invertir (porque aquí ya se trata de inversión) y apostamos por una de las mejores clínicas del mercado. Una revisioncita con el doc (las buenas noticias es que todavía no necesitas operación, lipo y esas cosas un tanto invasivas -para no decir agresivas-), y sales feliz con tu pronóstico bastante halagador (tomando en cuenta las circunstancias comparativas) y te apuntas al programa "rejuvenecedor".

La puta que los parió: 15 pinchazos en el culo y otros cuantos en la barriga para meterte un gas de mierda que te infla el tejido haciéndote sentir como si un ejército de zancudos hembra (y fíjense el nombre de la familia a la que pertenecen: culicidae o culícidos -no puede ser más preciso-) se hubieran apoderado de tu flácido, pero en el fondo pacífico trasero.

Como si fuera poco, luego de ser acribillada ferozmente, una descarga de tres millones de voltios sobre muslos, abdomen, culo y toda "el área a tratar", se desata sin tregua.

Frescamente, y como si no pasara nada, la enfermera te pregunta si "deseas dormir un ratito o si prefieres una revista", y tú, que a las justas puedes pronunciar palabra, piensas: ¿leer? ¿dormir? ¡Si a las justas puedo respirar! Esa forma de tortura de la inquisición (no la usaron con esa especie de electrodos solo porque no había ese tipo de tecnología tan avanzada, pero la idea es la misma, solo que en vez de cloruro de sodio con agua, utiliza ese gel típico de las ecografías: transmisión de electricidad) debería estar prohibida por las leyes internacionales, o al menos por las entidades de salud, carajo.

En fin, la cosa es que te la pasas "descansando" sobre la camilla durante unos 40 minutos que te parecen interminables a medida que vas pidiendo piedad a esos odiosos numeritos digitales que van disminuyendo en cámara sumamente lenta y despiadada.

Finalmente, la tercera y última etapa consiste en "masajear" la zona con una máquina "probada dermatológicamente", que no entiendo qué de dermatológica puede tener, ya que te sacan la puta madre pasando unos rodillos succionadores encima de todo el dolor precedente. De muerte.

Debo reconocer, que en la segunda sesión esta sensación disminuye significativamente y que luego de los dos procesos anteriores, este último resulta bastante más agradable, aunque preferiría decir "pasable".

Unos 30 minutos (casi un minuto por cada año de descuido, o ya -para no ser injustos con nuestra niñez-: dos minutos por cada uno de los últimos 15 años de inconciencia corporal), es el tiempo que hay que aguantar con los "masajes" reductores.

Luego de dos horas y media de ejércitos avasalladores, castigos de sinceramiento y transtornos corporales, les digo: chicas, ladies, ¡hagan ejercicio! Corran, troten, métanse al gimnasio, tomen agua, coman saludablemente. Háganlo por su cuerpo, en serio, "sus zonas a tratar" no se merecen tan mal trato... ¡Aunque ya les contaré a la sesión 12 si funciona! Ustedes ya verán si vale o no la pena.

jueves, 4 de diciembre de 2008

Realidad virtual

Cualquier semejanza con la realidad...


...es pura coincidencia.


¿O no?

martes, 18 de noviembre de 2008

Y es que sucede así

Es increíble esto del cuerpo humano. ¿Cómo puede ser que todo tenga una relación tan íntima? Por ejemplo: uno pasa de estar "tranqui", pausado, "relax", absorto en sus cosas, realmente intocable, estabilísimo... Cuando de pronto: ¡cataplán!, algo pasa. Todo cambia. La química de nuestro cuerpo se desbarajusta totalemente.

Hay una marea de burbujas que suben y bajan a una velocidad vertiginosa; la garganta se llena de un aire que ahoga, como que se volviera sólido, denso, entremadamente opresor; el corazón: palpitante inevitablemente, frenético en extremo, casi taquicárdico; y las sonrisas (qué lindas) se desbordan, sobrasalen de los límites explicables, comienzan a esparcirse, a brotar (incluso en los momentos menos adecuados), son inevitables.

Pero también hay quien sufre de sudoraciones, calores, tics, hasta mareos y pérdida de visión.

¿Identificación con alguno de estos síntomas? Cualquier semejanza con la realidad...

Una planta en la oficina

Hay días poco creativos, donde no se nos ocurre nada por plasmar. Y déjenme decirles que: eso asusta. Asumir nuevos retos implica afrontarlos y, por lo tanto, cumplir (lógicamente). ¿Y qué pasa si tu cerebro se secó por unas horas? ¿Qué pasa si tu "deadline" (no hay mejor palabra para describir la situación) es YA y tu papel sigue en blanco (sin descontar la mirada tipo dedo -si es que existe-) de la gente que te rodea y que espera que cumplas con el cronograma?

Ser un artista requiere tiempo y paciencia. Hay días de inspiración y días... de mierda. Lamento tanta sinceridad en mis palabras poco finas. Lo siento, la situación me ha llevado al extremo.

Yo no era de las que se tomaban el respiro. Más bien de las que se la pasaban forzando a la materia gris a producir contra corriente, sin importar las esferzas que la rodeaban. Quizá hoy esas esferas son demasiado fuertes para mí, quizá aprendí a relajarme (un poquito) y dejar entrar aire a mi mente. Pero aún así, hoy estoy hecha una planta.

miércoles, 23 de julio de 2008

El poder de la mente en gente insólita

El día de ayer comenzó como un día cualquiera. Igualito que cualquier día de mi vida: sin demasiada planificación (mi nueva versión de la no-planificación-en-exceso), con la sola intención de visitar Ancón para un proyecto perso-labo-institucional y sin mucha mayor proyección al respecto. Mis compañeros de viaje no eran amigos, ni gente cercana, por lo que no esperaba nada del otro mundo: todo estrictamente profesional.

A las 9am estábamos listos para partir en mi carro cuando de pronto se nos sumó una nueva persona al "paseo", que en realidad era una visita de reconocimiento de las zonas aledañas al Museo de Sitio de Ancón para una arborización. Así que todo lo que anduve pensando sobre cómo llegar a la zona, la gasolina que me gastaría, si habría peajes y demás cálculos, terminó en que finalmente: yo no conduciría (¡qué delicia!).

Con música de Amy Winehouse subliminando el camino, nos fuimos entre paisajes desérticos, asentamientos humanos a diestra y siniestra (¡por Dios, cómo ha crecido Lima y de qué manera!), comentarios alusivos al tema que veníamos a tratar (que si las xerofíticas, las suculentas, las taras y los molles serranos, entre otras), alguna que otra broma dispersa a medida que íbamos entrando en confianza, etc.

Todo transcurría normalmente, cuando el segundo auto de nuestra comitiva (y es que en principio íbamos a ser 4 y terminamos siendo como 10), se nos distanció un poco y lo perdimos de vista. Decidimos detenernos en un punto a esperarlo (no es que estuviéramos acelerados, más bien creo que los otros eran más lentajas). Así que el terral que nos acogía nos mostraba su paisaje.

Nos detuvimos a mirar a nuestro alrededor, pausados en el tiempo, como en una viñeta de algún cómic de esos de Acevedo. De pronto, y como para amenizar, comienzo a comentar lo lamentable de tener a los pobres perritos en las azoteas de las casas (señalando un caso que se nos presentaba a unos metros), y colocando la nota simpática al asunto, mencionando la habilidad de los perros de mantenerse alejados del borde, siempre tan precabidos y cautos de no caer (este era un tercer piso).

Todos volvieron la mirada hacia el gran perro tipo rottweiler (y digo "tipo", porque de hecho que era medio cruzadito, el pobre) que se asomaba por entre los ladrillos rasos de la azotea cuando de pronto (y es que en mis historias siempre hay esta acotación), el perro comenzó a caer... Todo pasó tan rápido y tan lento al mismo tiempo, entre nuestra sorpresa o desconcierto... Creo que la palabra más adecuada es: estupefacción. No entendíamos cómo se mantenía en el aire, pero ahí estaba, luchando por su vida.

Fue ahí cuando uno del grupo salió corriendo en su rescate. Yo atiné a salir unos segundos después, aún desconcertada, pensando que no era posible que 4 mentes podían producir tal efecto en un animal en una zona cualquiera de Lima, en medio de la nada, sin intención alguna de provocar el menor daño a aquel asustado (petrificado) animal.

Cuando llegamos a la casa, el pobre estaba gimiendo, casi implorando por su vida. Tuvo suerte, ya que su correa se había atorado en alguna de las esquinas (o estaba amarrado de esta manera... quizá ya se había intentado suicidar algún tiempo atrás... mmm... buena acotación) y eso había hecho que no cayera al vacío (hubiera sido su fin, muy doloroso, por cierto).

Los dueños de casa corrieron al rescate del perro y el pobre can dejó de gemir. Se sintió un alivio general en el ambiente, una de esas sensaciones como cuando se ha eliminado todo el aire contenido en los pulmones y sólo queda espacio para el nuevo, el renovado. Fue ahí cuando dimos la vuelta de retorno al carro y nos volvimos a meter a esperar al resto. Pero nosotros... ya no éramos los mismos.

Hace poco vi dos películas-documentales que me cambiaron un poco el chip (What the bleep do we know y The Secret), y les juro que después de esta experiencia, vale la pena replantearse la vida, comenzar a creer que el poder de la mente es infinito y capaz de lo inimaginable. Quizá uno tiene que vivirlo para creerlo (como dicen las frases hechas), pero sinceramente, desde lo más profundo de mi corazón, les aseguro que es verdad.

Cada loco con su tema, yo sigo confirmando que soy insólita, pero allá el que quiera creer.

miércoles, 23 de abril de 2008

Ensayo sobre el color

Los colores representan muchas cosas para las personas. Para cada uno es una sensación distinta, que trae una vivencia consigo, toda una historia que condiciona.

Hoy necesito exponer mi posición con respecto a mis gustos "colorísticos". Es una necesidad casi psicológica que se basa en una circunstancia específica, en un proceso personal en que el que me encuentro hoy y que siento que "necesito" sincerarme conmigo mismo con respecto a los colores.

¿Y por qué los colores? ¿No hubiera podido ser cualquier otra cosa? Y sí, claro. Pero es que hoy me dio por los colores. Mañana ya me dará por otra cosa. Pero es que los colores son fascinantes, ¿no? La mezcla de todos es blanco y la ausencia de ellos es negro. Pero mejor no entremos en la cuestión física del asunto, porque si no me salgo de la perspectiva de lo que quiero expresar.

Hoy se me dio por los colores, porque creo que tengo que ir desentrañando lo que soy y lo que quiero, porque necesito poner por escrito lo que me gusta, para que quede claro, para que yo misma sepa que no deben haber influencias de por medio, que lo que me gusta, me gusta por mí misma y por nadie más.

Y aquí voy...

Me encanta el marrón. Digan lo que digan, creo que me queda bien. Será por lo morochita, pero me encanta. Y no se parece a nada en la naturaleza con lo que puedan relacionarlo (la misma mierda). Es lindo ese color, tan "tierra", tan natural para mí.

El azul... El azul es mi color favorito. Tan profundo, tan sincero. Sí, es un color sincero. Además, es el único color que me encanta en cualquiera de sus tonalidades (salvo el turquesón cursi, exceptuando en el Mar Mediterráneo -y algunas veces en la mismísima Costa Verde, aunque no lo crean-, tan precioso en esos contextos), pero es que el resto, me fascina. Aunque pensándolo bien, el celestito, así, a medias tintas, tampoco me vacila. Tiene que ser intenso, como el mismo azul.

El rojo me fascina. Pero según el contexto. El rojo de mi carro me vuelve loca. Nunca tuve un carro y cuando encontré el que hoy es mío, supe que era amor a primera vista. ¡Qué carro! Y ¡qué rojo! Día a día valoro el tener un carro, poder cuidarlo y mantenerlo, poder disponer de mi tiempo, de mi libertad, sobre todo eso, de mi libertad. Y ¡qué rojo!

Aprendí a usar el rojo en la ropa hace no mucho. Todavía no domino mucho el arte del rojo en el cuerpo, pero estoy dispuesta a domarlo. Tiempo al tiempo.

No me gusta mucho el amarillo. Normalmente los colores suaves, como el blanco. Aunque claro, todo depende. Es que todo es taaaan relativo.

El rosado es otra historia. Confesión: tengo mi lado "pinky". Hace poco decidí explotarlo. Me compré un celular nuevo (adoro la tecnología, pero soy incapaz de comprarme algo tan caro, para algo tan básico como la comunicación), el color: moradito intenso, casi gris-negro. Lo adoré, lo adoro. ¡Qué bueno que lo hice! Ahora cada vez que lo veo, lo valoro. Hace un poco menos me compré un MP3. Así como juré no tener un blog, juré no comprarme un MP3. Y me compré el mejor, el más lindo, el más "pinky". Me arriesgué. Y ¿saben qué? Me fascina.

Ay, qué superficial... :) ¡Qué se joda el mundo, oye! Los que me conocen bien, y sólo los que me conocen bien saben a qué me refiero. Aquí lo importante no es el carro rojo, ni el celular lila-gris-negro, ni el MP3 pinky, aquí lo que importa es la libertad, la satisfacción personal, la liberación de una parte de tu ser, y la expresión de todo... en colores.

Para terminar (y no hacerla tan larga), el negro. Mi mamá solía vestirse siempre de azul y negro cuando yo comenzaba a imitarla. Luego descubrí que el resto de colores daban también cierta personalidad, y que no había que ser tan "hippie" para vestir de negro. Luego aprendí a independizarme un poco y ahora el negro lo sé utilizar con más "criterio". El estilo negro-matador, me encanta. La seducción forma parte de lo mío, así que el negro-matador siempre estará conmigo.

Y así, hoy me siento más identificada con el color, los colores, la vida en los colores, lo que cada uno de ellos significa para mí, y ufff, seguro que hay mil y un significados que aún no encuentro. Pero para eso está la vida, para descubrirlos. Qué lindo, ¿no?

martes, 18 de marzo de 2008

Los vuelcos existen

Las perspectivas de la vida son infinitas. La semana pasada pasé de ser una Cristina a otra completamente distinta (aunque guardando siempre la esencia de la "yo" que todos conocemos). La semana pasada era una yo un poco más pasiva, más contemplativa, menos agresiva, pero menos dulce (también), menos espontánea, menos ambiciosa, con menos perspectivas, realmente.

El viernes estuve en un seminario interesante. Un seminario que me abrió los ojos a muchas cosas. Estoy segura de que no fue sólo por el contenido del mismo, sino por todas esas perspectivas que se desprenden de lo que uno es capaz de aprender, de tomar para sí, de recomponer en la armonía de su actual existencia y de dar la vuelta a la historia para volverla más enriquecedora, más comprometida con una misma.

En esas estuve cuando descubrí que soy alguien más que yo (alguien más que la que venía siendo), alguien con más perspectivas, alguien que quiere seguir viviendo intensamente, sin desaprovechar los segundos que vuelan, aprendiendo de los que creemos que no tienen nada que enseñar, redescubriendo la historia, la cultura, la música, retomando el pasado con la experiencia del presente (y por qué no, del futuro).

Y así me encuentro ahora, viviendo un momento mágico de reencuentro conmigo misma, con los que quieran formar parte de este momento inolvidable (valiosísimo), con todo aquel que crea que tiene algo que aportar, algo que ofrecer.

martes, 15 de enero de 2008

El descubrimiento de Pasquale

Un día entero de compras, toda una hazaña para alguien como yo (nunca tengo tiempo para nada). Destino: Jockey Plaza, donde todo se encuentra o donde se encuentra de todo en el mismo lugar.

11 am, recién bajadita, con todas las pilas puestas y lista para comenzar el periplo. Me espera un largo día de caminar, mirar, comparar, detenerme, seguir, ir llenando el carrito, ir llenando la maletera... Porque no hay nada mejor que ir de comprar arrasando con todo, sin llevar bultos. La maletera del carro es la mejor opción. Definitivamente, la mejor opción.

Al principio ni cuenta de doy de si tengo sed o hambre. La adrenalina del día de compras lo nubla todo. Pero a medida que va avanzando la mañana y se va acercando la hora del almuerzo, las tiendas, una a una, van pareciendo superficiales, y en lo único que puedo pensar es en el Food Court.

Y cuando pienso en comida al paso, no dudo ni un segundo y voy directo, directísimo, al Bembos. No puede haber una hamburguesa en Lima (esas de comida rápida) que sean más ricas que las del Bembos. Personalmente, me encanta la “Mexicana”, con guacamole y nachos. Lo máximo.

Y directísima como decía que iba, me fui al Food Court a eso de la 1.30 pm a disfrutar de mi “Mexicana” mediana con su guacamole y sus nachos riquísimos, y con su combo, claro: su Inca Kolita –sin hielo, por favor- y sus papitas fritas buenazas, con harta mayonesa y ketchup.

Pero como dicen por ahí: “la curiosidad mató al gato”, la vista se le fue para el costado contrario, sólo por “curiosidad”, para ver si por casualidad había algo nuevo del lado izquierdo (el Bembos siempre estuvo al extremo derecho, no hay que ni mirar para reconocerlo).

Y sí, mira, que han puesto un Pasquale Hnos. Ese, el de Gastón, del que tanto habla la gente, que dicen que está buenazo, que es peruano y que carajo, hay que contribuir con lo peruano (el Bembos también lo es, hasta donde tengo entendido, a no ser que ya haya sido vendido a los chilenos. Nos hubiéramos enterado, ¿no?).

En fin... Un día de compras sin Bembos... Pero con Pasquale... Vamos a correr el riesgo, pues.

Y así, directísima como iba, me fui a las izquierdas a chequear el menú... Miércoles, cuánta cosa rica hay. Qué difícil va a ser elegir. Pero como no se me puede pasar la mano, ya que mi periplo “comprístico” debe continuar, vamos a pedir algo suave, no más, para comenzar.

Así que déme uno de pavo y “Señorita, ¿y esto va con combo?”. Pues déme una Inca Kolita heladita –pero sin hielo, por favor- y unas papas... Miraflorinas (con queso serrano, champiñones y cebolla, creo). “¿Y no se le antoja un postre?”, claro, típica para que te animes y lo pruebes. Y bueno, sí, dale, “un arroz con leche”, que vengo desde hace tiempazo queriendo comer un buen arroz con leche y decepción tras decepción, mira.

Y ahí estaba yo, expectante. Hasta que llamaron mi nombre y fui en busca de lo desconocido. Parecía normal, nada espectacular, todo “tranqui”. Es más, medio que me pareció que el sánguche era como que chiquito, pero bueno.

La primera gran sorpresa fue al buscar las salsas. Para mí, no hay papitas sin mayonesa y ketchup, y oh, sorpresa, no hay ketchup, al menos no a la vista. Pero había una cantidad de salsitas que sonaban recontra bien: pachamanquera, huancaína, y así un montón. No me acuerdo el resto porque las tres que me serví fueron esas dos y la consagrada mayonesa. Es que no puedo con mi genio.

Pucha madre, qué tales salsitas... La verdad que me impresionó la calidad de las salsitas para ser un sitio de comida rápida. Primera gran sorpresa.

Cuando abrí mi sanguchito, el que al principio me había parecido chico, viéndolo bien, no era tan chiquito, considerando que no me había pedido el tamaño más grande, y considerando también que como dice el Chino, “tengo el ojo más grande que la barriga”.

El sánguche de pavo estaba recontra buenote. Un pan que le caía a pelo (a veces el contenido puede estar buenazo, pero con el pan equivocado se puede meter bastante la pata), una cantidad de pavo generosa y un saborcito peruano que juro que me emociona. Y sorry, pero le eché mayonesa que se desbordaba, pero es que no me puedo controlar. Un éxito.

Ah, muy importante: estaba esperando mi comida y de pronto divisé esos contenedores de chicha que se ven desde el mostrador y que tienen el recipiente empapado porque la chicha está heladita... Ah, no, “por favor, señorita, ¿sería posible que me cambie la Inca Kolita (riquísima y experuanita) por esa chichita (que se ve deliciosa, en su punto y heladita)?”. No hay forma de resistirse a una chicha helada en pleno verano. “Claro, ahorita mismo se la cambio”. Y eso que mi Inca Kolita –sin hielo, por favor- ya estaba en la bandeja que tenía mi nombre y ticket. No se hicieron paltas y al toque tenía mi chichita rica y heladita también –y sin hielo, por favor-, porque una buena chicha heladita no necesita ni un solo cubito.

Las papitas Miraflorinas también me sorprendieron, y eso que yo no soy muy fan del queso serrano que digamos, pero es que la huancaína y la pachamanquera estaban taaaan ricas... Debo confesar que al principio, temerosa (o precavida, que suena mejor), probé las salsitas con el cuchillito que te dan (porque hasta cubiertos te dan por si no quieres comer con las manos). Pero luego, juácate, le zampé los dos pocillitos de salsita a las papitas Miraflorinas, que terminaron siendo un mejunje de lo más rico y que me hizo acordar a las pachamancas de Gutarra, y mira que Gutarra es un maestro.

Y la chicha -mira que la descripción da ganas de tomarte una al polo-, cumplió con todas las expectativas... Una chicha como las de la abuelita, de esas que se siente el maíz, en su punto de azúcar, heladita como tiene que ser... Increíblemente rica.

Extasiada casi del todo, ya sin pensar que me podía sorprender aún más, terminé de comer mi sánguche de pavo con harta mayonesa, mis papitas Miraflorinas con sus salsas de huancaína y la pachamanquera, y mi chichita morada heladita, y miré el arroz con leche con cierta duda. En realidad la experiencia me estaba diciendo que no tenía porqué desconfiar, pero también es cierto que cuando las expectativas son demasiado altas, el paladar espera lo que no llega a encontrar y no hay regreso de la insatisfacción.

Hacía años, años, que no me comía un arroz con leche como debe ser, carajo, ¡con dulce! Los arroces con leche que he comido han sido ralitos, sin mucho sabor, casi como “arroz y leche”, aunque sé que suena raro porque supuestamente eso es, pero es que todos sabemos a qué nos referimos cuando decimos “arroz con leche”, pues, no nos hagamos los poco limeños.

En fin, yo sé que soy dulcera, lo admito, y quizá para otros este arroz con leche sea demasiado dulce, pero es que este arroz con leche me dejó impactada. Y nuevamente: porción que no parece generosa, pero al final termina siendo la justa y necesaria.

Debo confesar, cosa que debí haber contado al principio, que luego de un Bembos en un día de compras, siempre, siempre, hay un Laritza a media tarde. No puedo ocultar lo que en mí es tan evidente. Sin embargo, esta vez, y para decepción de quienes me conocen tan, pero tan a fondo, no hubo necesidad de Laritza a media tarde. ¿Alguien puede creer eso? Suena prácticamente a confesión, y es que hasta medio culpable me siento.

Así que mi día de compras terminó bajando la panza hasta las 4 de la tarde, satisfecha al cien por cien y feliz, queriendo correr a mi casa para escribir una crónica al respecto, cosa que jamás hago, pero que creo que comenzaré a hacer de ahora en adelante.

Ahora, lo que no puedo esperar, es ir nuevamente a probar un sanguchito de lomo saltado, ¿qué tal?