miércoles, 23 de julio de 2008

El poder de la mente en gente insólita

El día de ayer comenzó como un día cualquiera. Igualito que cualquier día de mi vida: sin demasiada planificación (mi nueva versión de la no-planificación-en-exceso), con la sola intención de visitar Ancón para un proyecto perso-labo-institucional y sin mucha mayor proyección al respecto. Mis compañeros de viaje no eran amigos, ni gente cercana, por lo que no esperaba nada del otro mundo: todo estrictamente profesional.

A las 9am estábamos listos para partir en mi carro cuando de pronto se nos sumó una nueva persona al "paseo", que en realidad era una visita de reconocimiento de las zonas aledañas al Museo de Sitio de Ancón para una arborización. Así que todo lo que anduve pensando sobre cómo llegar a la zona, la gasolina que me gastaría, si habría peajes y demás cálculos, terminó en que finalmente: yo no conduciría (¡qué delicia!).

Con música de Amy Winehouse subliminando el camino, nos fuimos entre paisajes desérticos, asentamientos humanos a diestra y siniestra (¡por Dios, cómo ha crecido Lima y de qué manera!), comentarios alusivos al tema que veníamos a tratar (que si las xerofíticas, las suculentas, las taras y los molles serranos, entre otras), alguna que otra broma dispersa a medida que íbamos entrando en confianza, etc.

Todo transcurría normalmente, cuando el segundo auto de nuestra comitiva (y es que en principio íbamos a ser 4 y terminamos siendo como 10), se nos distanció un poco y lo perdimos de vista. Decidimos detenernos en un punto a esperarlo (no es que estuviéramos acelerados, más bien creo que los otros eran más lentajas). Así que el terral que nos acogía nos mostraba su paisaje.

Nos detuvimos a mirar a nuestro alrededor, pausados en el tiempo, como en una viñeta de algún cómic de esos de Acevedo. De pronto, y como para amenizar, comienzo a comentar lo lamentable de tener a los pobres perritos en las azoteas de las casas (señalando un caso que se nos presentaba a unos metros), y colocando la nota simpática al asunto, mencionando la habilidad de los perros de mantenerse alejados del borde, siempre tan precabidos y cautos de no caer (este era un tercer piso).

Todos volvieron la mirada hacia el gran perro tipo rottweiler (y digo "tipo", porque de hecho que era medio cruzadito, el pobre) que se asomaba por entre los ladrillos rasos de la azotea cuando de pronto (y es que en mis historias siempre hay esta acotación), el perro comenzó a caer... Todo pasó tan rápido y tan lento al mismo tiempo, entre nuestra sorpresa o desconcierto... Creo que la palabra más adecuada es: estupefacción. No entendíamos cómo se mantenía en el aire, pero ahí estaba, luchando por su vida.

Fue ahí cuando uno del grupo salió corriendo en su rescate. Yo atiné a salir unos segundos después, aún desconcertada, pensando que no era posible que 4 mentes podían producir tal efecto en un animal en una zona cualquiera de Lima, en medio de la nada, sin intención alguna de provocar el menor daño a aquel asustado (petrificado) animal.

Cuando llegamos a la casa, el pobre estaba gimiendo, casi implorando por su vida. Tuvo suerte, ya que su correa se había atorado en alguna de las esquinas (o estaba amarrado de esta manera... quizá ya se había intentado suicidar algún tiempo atrás... mmm... buena acotación) y eso había hecho que no cayera al vacío (hubiera sido su fin, muy doloroso, por cierto).

Los dueños de casa corrieron al rescate del perro y el pobre can dejó de gemir. Se sintió un alivio general en el ambiente, una de esas sensaciones como cuando se ha eliminado todo el aire contenido en los pulmones y sólo queda espacio para el nuevo, el renovado. Fue ahí cuando dimos la vuelta de retorno al carro y nos volvimos a meter a esperar al resto. Pero nosotros... ya no éramos los mismos.

Hace poco vi dos películas-documentales que me cambiaron un poco el chip (What the bleep do we know y The Secret), y les juro que después de esta experiencia, vale la pena replantearse la vida, comenzar a creer que el poder de la mente es infinito y capaz de lo inimaginable. Quizá uno tiene que vivirlo para creerlo (como dicen las frases hechas), pero sinceramente, desde lo más profundo de mi corazón, les aseguro que es verdad.

Cada loco con su tema, yo sigo confirmando que soy insólita, pero allá el que quiera creer.