martes, 16 de diciembre de 2008

El maltrato de la belleza

Una se llena de complejos (todos creados y recreados por la sociedad y la débil e influenciable mente que nos domina), pero ¿a que nos llenamos de complejos y presiones que no somos capaces de superar y, por tanto, guiados por ese instinto sucumbimos?

Una a los 20 años se cree regia, oye, con la gravedad a tu favor, la piel más linda, tersa, firme, suave camay... todo un bombón.

A los 25 te conservas, haces un poco de ejercicio y cualquier manzana de Newton sigue en pie de guerra. Las arruguitas ni se ven, hija. Y la celulitis es un problema que lanza señal de alarma, pero que aún no acosa.

De pronto, tienes chamba (porque la necesitas), quizá hasta marido e hijos, tu vida pasa entre la freneticada de estos tiempos y, por si fuera poco, el intento por volver a tus 20. Repito: intento.

A los 30 tu piel comienza a caerse "un poquito", a perder esa "elasticidad". Notas cómo de pronto te salen pelos que nunca te presentaron (negros horribles, siempre -Ley de Murphy-), y te miras al espejo todavía resuelta, con un aire de esperanza, sin embargo no puedes evitar el ceño fruncido o la ceja arqueada en forma cuestionadora (ni tú te la crees, pero en fin).

A los 35 ya no tienes solución. Si te sacaste el ancho por conservarte, te has salvado... aún. Si no, estás perdida (por no decir: jodida -aunque pensándolo bien, a quién le importa lo que escribo, total: ¡es mi blog!, que se jodan-).

Retomando: a los 35 ¡eres cualquier huevada! (físicamente hablando, y es que yo soy bastante exigente: conmigo y con el resto, por qué no). La cosa es que "ya fuistes".

Pero que no cunda el pánico, que no cunda el pánico... Ford y sus tiempos modernos nos trajeron la maravilla de la tecnología aplicada también a la belleza. Artificios especialmente diseñados para dejar de sentirnos como de 35 (o peor aún, de 50 o más) y volver al bombón de los 20 (pero con la experiencia, la chamba, el marido y los hijos de los 30, quitando -inclusive- la ceja maliciosamente arqueada). O sea, regia, oye.

Pero tanta maravilla parece ser sacada de un cuento, ¿no? Y además, debe ser carísimo, querida. A ver, seamos claros: la belleza cuesta, así que todo tiene un precio y el que esté dispuesto a pagarlo tendrá que asumir.

Así que finalmente decidimos invertir (porque aquí ya se trata de inversión) y apostamos por una de las mejores clínicas del mercado. Una revisioncita con el doc (las buenas noticias es que todavía no necesitas operación, lipo y esas cosas un tanto invasivas -para no decir agresivas-), y sales feliz con tu pronóstico bastante halagador (tomando en cuenta las circunstancias comparativas) y te apuntas al programa "rejuvenecedor".

La puta que los parió: 15 pinchazos en el culo y otros cuantos en la barriga para meterte un gas de mierda que te infla el tejido haciéndote sentir como si un ejército de zancudos hembra (y fíjense el nombre de la familia a la que pertenecen: culicidae o culícidos -no puede ser más preciso-) se hubieran apoderado de tu flácido, pero en el fondo pacífico trasero.

Como si fuera poco, luego de ser acribillada ferozmente, una descarga de tres millones de voltios sobre muslos, abdomen, culo y toda "el área a tratar", se desata sin tregua.

Frescamente, y como si no pasara nada, la enfermera te pregunta si "deseas dormir un ratito o si prefieres una revista", y tú, que a las justas puedes pronunciar palabra, piensas: ¿leer? ¿dormir? ¡Si a las justas puedo respirar! Esa forma de tortura de la inquisición (no la usaron con esa especie de electrodos solo porque no había ese tipo de tecnología tan avanzada, pero la idea es la misma, solo que en vez de cloruro de sodio con agua, utiliza ese gel típico de las ecografías: transmisión de electricidad) debería estar prohibida por las leyes internacionales, o al menos por las entidades de salud, carajo.

En fin, la cosa es que te la pasas "descansando" sobre la camilla durante unos 40 minutos que te parecen interminables a medida que vas pidiendo piedad a esos odiosos numeritos digitales que van disminuyendo en cámara sumamente lenta y despiadada.

Finalmente, la tercera y última etapa consiste en "masajear" la zona con una máquina "probada dermatológicamente", que no entiendo qué de dermatológica puede tener, ya que te sacan la puta madre pasando unos rodillos succionadores encima de todo el dolor precedente. De muerte.

Debo reconocer, que en la segunda sesión esta sensación disminuye significativamente y que luego de los dos procesos anteriores, este último resulta bastante más agradable, aunque preferiría decir "pasable".

Unos 30 minutos (casi un minuto por cada año de descuido, o ya -para no ser injustos con nuestra niñez-: dos minutos por cada uno de los últimos 15 años de inconciencia corporal), es el tiempo que hay que aguantar con los "masajes" reductores.

Luego de dos horas y media de ejércitos avasalladores, castigos de sinceramiento y transtornos corporales, les digo: chicas, ladies, ¡hagan ejercicio! Corran, troten, métanse al gimnasio, tomen agua, coman saludablemente. Háganlo por su cuerpo, en serio, "sus zonas a tratar" no se merecen tan mal trato... ¡Aunque ya les contaré a la sesión 12 si funciona! Ustedes ya verán si vale o no la pena.

jueves, 4 de diciembre de 2008

Realidad virtual

Cualquier semejanza con la realidad...


...es pura coincidencia.


¿O no?